sábado, 19 de diciembre de 2009

Hablando con las mujeres wichí

En Hoktek T ‘ oi

Miserables ranchos compuestos de una habitación, construidos con barro y ramas. Los niños están descalzos, flacos, sucios. Apenas se mueven y menos sonríen, sin ánimo para jugar bajo el calor agobiante y un sol incendiario. A la distancia, detenidos sobre el suelo y debajo de un quebracho raquítico, tres pájaros tienen los picos abiertos. Hacia el sur se interrumpen los escasos árboles y comienza el terreno abierto donde crecen porotos, hasta donde se pierde la vista. Estamos en la comunidad Hoktek T ‘ oi, o Lapacho Mocho, territorio de los wichís.


Dialogar con los aborígenes no es sencillo. Mucho menos con sus mujeres y hasta el momento, imposible había sido obtener palabras de Estela, la supuesta víctima de violación. Por intermedio del antropólogo John Palmer, quien reside en la zona desde hace 32 años, logramos entrar a la comunidad y conocer las opiniones de sus miembros, las mujeres y principalmente Estela, acerca de la acusación que mantiene preso a Qa’tu desde mediados de 2005.


“Nuestra tierra está arrasada, como nuestra cultura y ahora uno de nosotros está preso por algo que para nosotros no es delito, como dice la Justicia blanca”, afirmó Roque Miranda, cacique de la comunidad. “Yo soy mujer, esposa de Qa’tu y madre de Menajen”, sostuvo, en su lengua, Estela. “Yo era mujer, libre, cuando lo elegí a él. Mi madre, las mujeres y la comunidad aceptaron lo que quise; pero ahora mi hombre está preso, no me dejan verlo. Por eso me duele el alma. La justicia de los blancos tiene que escucharme y soltar a Qa’tu. Todos lo necesitamos”, sostuvo, seria, aparentemente enojada, incomoda con la visita. A simple vista, su rostro agraciado muestra a una joven que ronda los 18 o 20 años. Sin embargo su documento de identidad dice que tiene 13.



“Se que es una violación, Estela nació porque me violaron. Y Qa’tu no violó a mi hija; ella lo eligió y yo acepté, aunque me dolió que mi hombre elija a otra mujer. Pero yo no lo denuncié”, remarcó Teodora. “Lo necesitamos con nosotras. Nuestras costumbres dicen que el debe protegernos”, aseguró, mirando fijo mientras sus manos continuaban de memoria sobre el telar donde tejía el chaguar.


“Mi hijo no hizo nada malo, pero mi esposo murió porque Qa’tu estaba preso”, contó Erminda. “El debe cumplir con las mujeres que tiene, con la comunidad, no con la justicia blanca”, enfatizó.

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