viernes, 28 de mayo de 2010

Reencuentro

Aunque les cueste creerlo, no estuve en el sepelio de Evita, ni en Ezeiza con la vuelta de Perón, o en su sepelio. Mis recuerdos de pueblo en las calles comienzan con la movilización contra la dictadura convocada por la CGT de Ubaldini, a fines de 1982 en Plaza de Mayo, en donde recibí un bastonazo por el lomo, y un año después en la avenida 9 de Julio, ilusionado como otros millones con Alfonsín, semanas antes de que fuera elegido presidente por más de la mitad más uno..


Años después, las decepciones. Ni siquiera vale la pena recordarlas pues suenan a frases hechas o chistes viejos.

Reconozco que como tantos de mi edad y más jóvenes y más veteranos, el desencanto y el hartazgo me dominaron. El lúdico enfrentamiento Boca-River me apasiona, desde el lado bostero, pero como fútbol y nada más. Superé hace poco nomás (escasos son 15 años entre tantas historias) el maniqueísmo de blanco-negro, bueno-malo, tontos y retontos. Esa burda dialéctica que destroza ideas brillantes de la humanidad sintetizadas por Jesús, Buda, Engels, Marx, Perón o el Che, entre tantos cráneos.

Bueno. Esos sombríos pensamientos y sentimientos tenía hasta el viernes pasado, 21 de mayo. Pese a que ya dejé de leer Clarín y La Nación, o de mirar y escuchar TN o sus satélites mediáticos, por alguna grieta había entrado esa falsa creencia de que todo está mal y que la culpa la tiene el otro.

Vaya bonita sorpresa. Desde el viernes pasado el pueblo, al cual pertenezco por origen, opción y vocación, salió a las calles con la celeste y blanca, y con esposas, hijos, suegras, novias, amigos, cumpas, vecinos. Y no había caras de culos. Al contrario, había millones de soles.

Me reencontré con mi pueblo. Con mi que se yo argentino. Tal vez ayudaron esos cinco golazos de los pibes de Maradona y Fito ronco rogando alegría para el corazón.

Y me emocioné como un llorón con presidentes aborígenes, socialistas, tercermundistas, gremialistas y hasta millonarios en minoría, y la casa de gobierno alumbrada por los ojos de Evita, el Che, Sandino, Artigas, Allende. Y las gloriosas madres y los soldados y la murga.

Que se yo, tal vez esté cada día más blando y ya lagrimeo por pavadas. Pero debo confesarles que no hay caso, sigo siendo muy opa. A mucha honra. Creo en mi tierra y mi gente. Y en la lucha amarga y dulce de cada día hasta la victoria cotidiana que me mantiene vivo.